jueves, 30 de enero de 2014

Estatizar el Comercio Exterior

No es mi costumbre reproducir otros artículos, pero en este caso, y ante la situación económica que atraviesa nuestro país debido a la presión de ciertos sectores concentrados de la economía, además de por estar completamente de acuerdo con el mismo; reproduzco un artículo de Atilio Borón al que adhiero completamente sin dejar de lado que harían falta medidas complementarias como las expuestas en este mismo blog con respecto a la soberanía alimentaria y la posición dominante de ciertas empresas en el sector.

 

A continuación transcribo en forma completa el artículo mencionado en el párrafo anterior:

 

La Argentina enfrenta una grave crisis cuyas dos principales manifestaciones son la trepada del dólar –que refleja una peculiar anomalía argentina, porque esa moneda se está devaluando en todo el mundo, incluyendo por supuesto América Latina y el Caribe- y la resultante escalada inflacionaria que la insólita revaluación de la divisa estadounidense produce en la economía argentina. La devaluación del peso y el impulso inflacionario son, en realidad, dos caras de una misma moneda. Pero la gran paradoja es que desplome sufrido por el peso no guarda correspondencia con la situación imperante en la economía real. Esta no tiene la solidez y el dinamismo del período 2003-2008, pero está lejos de verse reflejada en los desquiciantes movimientos que se registran en el tipo de cambio.

Veamos: la producción agropecuaria se mantiene en niveles comparativamente muy elevados, aun cuando la “sojización” de la agricultura plantea numerosos problemas (económicos, sociales y ecológicos) que no podemos examinar aquí; algunas ramas del sector industrial (automóviles, motocicletas, electrónicos diversos, etcétera) marcan nuevos records a pesar de las restricciones para la importación de algunos insumos cruciales; la gran minería prosigue su marcha, más allá de lo ocurrido con Pascua Lama producto de un fallo de la justicia chilena; la explotación de hidrocarburos, estimulada por las perspectivas de Vaca Muerta retoma un ritmo ascendente; los bancos y las entidades financieras registran significativas ganancias y según un reciente estudio de la CEPAL las exportaciones argentinas crecen por encima del promedio regional.

Si esto es así, ¿qué es lo que está ocurriendo? Más allá de abrir una discusión seria sobre “el modelo”, misma que no hicieron los economistas de la oposición adscriptos férreamente al neoliberalismo de los años noventa, ni tampoco los del oficialismo, para quienes lo único que había que hacer era “profundizar” un esquema económico cuyos límites, inconsistencias y deformaciones eran evidentes por lo menos desde el 2010 y acerca de los cuáles más de una vez nos referimos en nuestro blog. Pero más allá de esta necesaria discusión, decíamos, se impone actuar con urgencia sobre la coyuntura cortando de un tajo el nudo gordiano que está asfixiando a la economía argentina con la estampida del dólar y la peligrosa escalada inflacionaria. Para ello el estado deberá recuperar, sin más dilaciones, el control del comercio exterior, fuente insustituible de las divisas que necesita el país.

Es absurdo, y a estas alturas demencial, que cinco o seis grandes oligopolios manejen el grueso de la divisas que ingresan por la vía de las exportaciones agropecuarias. En una economía tan dolarizada como la Argentina, en donde los componentes importados afectan a casi todas, por no decir todas, las actividades económicas del país, dejar que la disponibilidad de dólares quede en manos de un puñado de oligopolios es un acto de soberana insensatez. En Chile, sin ir más lejos, los ingresos de su riqueza principal, el cobre, los controla exclusivamente el estado.

En nuestro país, en cambio, un 80 por ciento de lo producido por las exportaciones cerealeras lo retienen grandes oligopolios transnacionales, y especialmente Cargill y Bunge, seguidos de cerca por Continental y Dreyfus; a su vez un par de grandes empresas controlan los ingresos que producen las exportaciones de manufacturas de origen agropecuario, principalmente aceite de soja; en la gran minería quienes lo hacen son las transnacionales del sector; y en el área de hidrocarburos (petróleo y gas) las propias empresas, con el agregado ahora de YPF pero sin perder de vista que ésta es una sociedad anónima y no una empresa del estado. Todas estas corporaciones están fuertemente articuladas con la banca extranjera, predominante en la Argentina, y mantienen fluidos contactos con los paraísos fiscales que proliferan sobre todo en el capitalismo desarrollado.

En suma: un puñado de 100 empresas controlan aproximadamente el 80 por ciento del total de las exportaciones de la Argentina, y son ellas las que retienen los dólares que surgen de este comercio y que son requeridos por distintos sectores de la economía nacional.

De lo anterior se infiere una conclusión tan simple como contundente: quien controla la disponibilidad de dólares termina teniendo la capacidad de fijar su precio en el mercado local, especialmente ante un Banco Central debilitado y cuyas reservas cayeron de 52.190 millones de dólares en el 1010 a 28.700 millones de dólares al finalizar enero del 2014. Esta debilidad del BCRA le impide desbaratar las maniobras de la cúpula empresarial más concentrada, fuertemente orientada hacia los mercados internacionales, y para la cual el dólar “recontra alto” (uno de los pilares del menemismo) significa pingües ganancias porque desvaloriza el salario de los trabajadores y les permite alentar la carrera inflacionaria con la seguridad de que su disponibilidad de dólares la sitúa a refugio de cualquier contingencia. En consecuencia, el control de las divisas por parte de ese puñado de grandes oligopolios le permite ser el verdadero autor de las políticas económicas de un país tan dolarizado como la Argentina y, además, extorsionar a cualquier gobierno que no se someta a sus mandatos.

Pueden aterrorizar a la población agitando el fantasma de la hiperinflación, que este país padeció a tan brutal costo en 1989 o el espectro del “corralito” de finales del 2001, y de ese modo desestabilizar a un gobierno que debe jugar partidas simultáneas de ajedrez (en el frente fiscal, tributario, monetario, cambiario, productivo) con enemigos que no sólo procuran derrotarlo en una puja puntual sino sobre todo derrocarlo. Y el gobierno actual comete el error de pensar que con concesiones varias podrá apaciguar el “instinto asesino”, como le llaman admirativamente los ideólogos neoliberales, de esos enormes conglomerados para las cuales la ganancia y el ganar -sobre todo el ganar, como recordaba Marx- es una verdadera religión cuyos preceptos son respetados escrupulosamente. Por ejemplo, el carácter sacrosanto de la propiedad privada y, por extraño que parezca, la convicción de que la lucha de clases es algo tan natural y omnipresente como el aire que respiramos, y libra esa batalla con todas sus fuerzas.

Ante cada concesión de un gobierno satanizado como su enemigo la única respuesta que tiene es la de atacarlo con más ferocidad que antes, exigiendo, como Shylock a Antonio, más y más concesiones: ¡pague la deuda, acuda al CIADI, arregle con el Club de París, abra Vaca Muerta para empresas fugitivas de la justicia como Chevron, deje que la gran minería trabaje sin interferencias!, mientras persiste en su ataque en todos los frentes con el apoyo de la prensa hegemónica que maneja a su antojo. La crisis actual demuestra, de paso, lo ilusoria que fueron aquellas expectativas del kirchnerismo de crear una burguesía nacional, patriótica y solidaria con los intereses de las mayorías. Ya lo había dicho el Che, hace cincuenta años, y la historia le volvió a dar la razón por enésima vez: la burguesía nacional no existe.

Ahora bien: ¿cómo debería producirse la estatización del comercio exterior? Primero, no puede ser una medida aislada porque se necesita un enfoque integral que: (a) abarque a toda la cadena de comercialización del sistema agroalimentario, hoy controlado por las multinacionales, lo que debería rematar en la creación de una Junta Nacional Agroalimentaria, con las salvedades que plantearemos más abajo; (b) aumente las alícuotas impositivas a la gran propiedad rural e implemente un eficaz sistema de control que evite las sobre y sub facturaciones de las cerealeras, hoy cómplices necesarias de la corrida cambiaria; y, finalmente, (c) que re-estatice los puertos del sistema de la Hidrovía Paraná-Paraguay, privatizados en los años noventa y que son las puertas de salida de gran parte de las exportaciones agropecuarias.

Estas medidas deben ser puestas en práctica con la mayor celeridad, porque el ritmo de la crisis no tolera dilaciones. Segundo, se requiere imaginación y experiencia práctica, porque no se trata de resucitar la antigua Junta Nacional de Granos o al Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio, el IAPI de la época del primer peronismo, porque el capital ha creado nuevos instrumentos financieros (compraventa a futuro, swaps, derivativos, etcétera) y la tecnología importantes innovaciones, (como el silo bolsa, que independiza al productor del riesgo que se le arruine la cosecha) lo que le permite postergar su venta hasta que el precio sea aproxime a sus expectativas, todo lo cual torna más difícil el control del comercio exterior por parte de los gobiernos. De lo anterior se desprende la necesidad de concebir una agencia estatal que regule a la totalidad del sistema agroalimentario del país, desde su origen hasta su comercialización minorista, algo bien diferente a la JNG o el IAPI. Tercero, y decisivo, esto solo será viable si se constituye un gran movimiento popular capaz de construir un instrumento político que respalde esas iniciativas y otras más encaminadas a redefinir por izquierda el rumbo de la economía argentina: la largamente demorada reforma tributaria y la elaboración de una efectiva política antiinflacionaria que resguarde los ingresos de los asalariados, para comenzar.

Una convocatoria popular sin sectarismos ni soberbias burocráticas; sin verticalismos ni verdades establecidas, porque de lo contrario la respuesta de las clases y capas populares será una mezcla de impotencia, miedo paralizante ante la clara percepción del escarmiento que se cierne sobre ellas y, en algunos casos, indiferencia, mezcla que mucho tuvo que ver con el funesto desenlace sufrido por los gobiernos peronistas en 1955 y en 1976. Una decisión tan crucial e impostergable como la estatización del comercio exterior, cualquiera que sea su forma legal y jurídica, es antes que nada un hecho político que no puede ser producido por un decreto o una resolución firmada por un funcionario instalado en las “alturas” del aparato estatal.

Resta ver si el gobierno es consciente de la gravedad de la situación y decide actuar en consecuencia. La experiencia pasada no permite abrigar demasiadas expectativas pero, como tantas veces lo recordaran las Madres de Plaza de Mayo, no hay peor lucha que la que no se libra.

domingo, 19 de enero de 2014

Francisco I. Un análisis después de un tiempo de gestión.



A veces para hacer un juicio de valor hay que dejar transcurrir un cierto tiempo. No solo para poder apreciar la tarea de quien pretendemos analizar, sino para despojarnos de ciertos preconceptos que podemos habernos creado.

Precisamente eso quise hacer con la figura de Francisco I. Con dicha figura cargaba con el preconcepto de que se lo hubiese mencionado como alguien que había mirado hacia otro lado en épocas de la dictadura, o que específicamente no se haya preocupado por sacerdotes de su diócesis para salvarlos de las garras salvajes de ésta. También llevaba como preconcepto su enfrentamiento con Néstor acerca del tema del matrimonio civil igualitario.

Estos temas que hacían a mi preconcepto,  merecen que de alguna forma los aborde desde una óptica lo más libre de subjetivismo que pueda hacer.

 Con respecto al matrimonio civil igualitario, no hay mucho que decir, es lógico que un representante de la iglesia católica esté en contra de esta institución que si bien es un derecho inalienable que se debía la ciudadanía  está reñido contra los preceptos originales del catolicismo.

 Con respecto a su accionar durante la dictadura deberíamos de tener en cuenta el sentido innato de las personas de su instinto de supervivencia. Y en mayor o menor medida ser sinceros y aceptar que todos los que sobrevivimos a ese período fuimos de alguna manera cómplices del mismo ya sea mediante algunos silencios, mediante algunas omisiones. No creo que ninguno de nosotros (los sobrevivientes) hayamos hecho oír de manera constante nuestros cuestionamientos ni los reclamos que deberíamos haber hecho oportunamente. Tuvimos que esperar a ir recomponiéndonos, reagrupándonos y dejar que los errores de aquellos que se creían intocables se fuesen sucediendo para comenzar a hacer oír nuestras voces. Y era lógico, no podíamos hacer otra cosa. Era un suicidio intentar otra cosa en esos momentos, solo quedaba esperar y medianamente en los ámbitos en los que se pudiese tocar soslayadamente el tema.

No conozco que Francisco hubiese alabado el sistema, solo calló y omitió. Me hubiese gustado saber cuántos de los que criticaron ese accionar cuando salió elegido papa, no hicieron lo mismo en ese entonces.

Lo real, hoy después de transcurrido un tiempo en el ejercicio de su papado es que el discurso y algunos de los hechos del Vaticano cambiaron. Cambiaron para bien, para acercar un poco la doctrina de la iglesia al cristianismo de los orígenes. A esa religión (como decía Engels)  de los esclavos y los libertos, de los pobres despojados de todos sus derechos, de los pueblos subyugados o dispersados por Roma.

Hay conceptos vertidos por Francisco que son muy osados para ser expresado por el jefe mundial de la iglesia, desde ya el haber puesto al hombre como centro de todo sistema económico, cuando dijo: "Vivimos las consecuencias de una decisión mundial, de un sistema económico que lleva a esta tragedia. Un sistema económico que tiene en el centro un ídolo que se llama dinero. Pero Dios ha querido que en el centro del mundo estén el hombre y la mujer y que lleven adelante el mundo con su trabajo, y no con el dinero". O como cuando proclama como en el documento “La alegría del Evangelio” cuando se refiere a la teoría del derrame que postula que el crecimiento en un contexto de libertad de mercado, provoca espontáneamente mayor equidad e inclusión social: “esta opinión jamás ha sido confirmada por los hechos y ella expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detectan el poder económico y los mecanismos del sistema económico imperante” y continua aseverando:  “el desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de regulación por los Estados, encargados de velar por el bien común…., y a ello se añade una corrupción ramificada y la evasión fiscal”. En este y otros documento hace una crítica despiadada del neoliberalismo y de la globalización económica. Y en especial este último documento le ha valido el tilde desde varios sectores de la sociedad de USA de comunista.

Claro, están los que van a decir que esto es solo una pantalla para que las cosas sigan como están, como para acallar a aquellas críticas que se cernían sobre la iglesia en los últimos tiempos.  Pero, de la misma forma estas personas tendrían que analizar que lo que dice la máxima autoridad de la religión que cuenta con 1.400 millones de feligreses que en mayor o menor grado la asumen como propia, lleva también a crear conciencia sobre un enorme porcentaje de esos feligreses. Y eso no es poca cosa, y eso es despertar conciencia, es crear a futuro una crítica desde el punto de vista de la fe sobre un sistema económico que maneja actualmente una gran parte de la economía mundial.

A esos que lo ven como pantalla para continuar un status quo de las cosas, les digo que de ser así, sería una jugada demasiado arriesgada con un alto porcentaje de probabilidad de volverse en contra.

Por lo pronto se creó conciencia, se envió también un mensaje a los líderes económicos mundiales y esto es un gran avance pese a quien le pese.

Por otro lado se han instalado en el seno de la comunidad católica temas como la anticoncepción, la fertilización, el celibato, el sacerdocio de la mujer, etc que si bien no serán seguramente temas sobre los que se expida el Vaticano en el corto tiempo, han llegado al seno de la iglesia con el fin de debatirlos e incorporarlos gradualmente a la agenda.

Está ahora en los fieles, así como en nuestros países; está en el pueblo en defender lo logrado y en exigir la profundización de lo hasta ahora alcanzado, pero no se puede negar el hecho del acercamiento a los orígenes del cristianismo y del enfrentamiento con el establishment económico. Sea como pantalla o sea como un acercamiento verdadero,  el puntapié inicial está dado. Ahora hay que ver como tratamos la pelota.