El domingo pasado apareció un
artículo en el diario El País de España reproducido por el diario El Comercio
del Perú del expresidente del Uruguay Julio María Sanguinetti sobre los
intentos de integración de América Latina, el cual transcribo a continuación y
que trataré de analizar al final de la transcripción.
“Parafraseando a Ortega, bien cabe este título para nuestra América
Latina, que cuanto más proclama su integración y más organismos crea, menos
parece –de verdad- re vertebrarse. Varias divisiones transversales van creando
un entramado confuso de instituciones superpuestas, de orígenes
circunstanciales, que no superan los particularismos nacionales.
Empecemos por la Unasur, una construcción política en la que se deja
fuera a México y América Central. El ya más que centenario concepto de América
Latina se abandonó de un plumazo en nombre de una identidad sudamericana
inexistente. ¿Cuál es el valor cultural o político que separa a México de
Colombia o Argentina? ¿Es más cercana a esa identidad Surinam, que se ha
incorporado a la Unasur? Cuando hablamos de la cultura hispánica, frente a la
americana anglosajona en el norte, ¿leemos autores rioplatenses o a Carlos
Fuentes o a Octavio Paz? Se invoca su TLC con Estados Unidos, como si no
tuvieran esos tratados de liberalización comercial países como Chile y
Colombia.
La CELAC fue pensada para integrar a toda la comunidad latinoamericana.
Aquí si entran México y todo el Caribe, desde Cuba hasta Barbados. Son 33
países sin identidad cultural clara y que simplemente procuran constituir una
especie de OEA, pero sin Estados Unidos.
Viejas estructuras sobreviven al mismo tiempo. La Aladi se imaginó en
su época -1960 – como un proyecto amplio de liberalización comercial. Fue
construyendo un interesante tejido jurídico hasta que la velocidad del más
lento le fue quitando revoluciones.
Por otro lado, desde 1975, el Sela intenta coordinar políticas
económicas de 28 países, con resultados académicamente interesantes, pero
políticamente irrelevantes.
Por cierto, no pueden olvidarse los intentos regionales. El Mercosur
nació en 1991 con un enorme impulso político, emanado de la restauración
democrática de la región: Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay comenzaron un
vigoroso proceso de liberalización comercial, sobre la idea de un regionalismo
abierto, que generara una economía de escala para competir internacionalmente.
Los primeros ocho años fueron estimulantes, hasta que la inesperada devaluación
brasileña de 1999, que desacomodó a los socios, puso en evidencia la asimetría
del intento, con un Brasil que es el 75% del PBI regional. Desde entonces, el
proceso ha seguido un camino pedregoso. Últimamente, se llegó a suspender de
forma temporal a Paraguay, de modo arbitrario e irregular, y de igual modo se
incorporó a Venezuela, que es más un obstáculo que un aporte por las
características estatales de su comercio y su discurso radical en política
exterior. Entre otros conflictos, Brasil ha formulado severos reclamos a
Argentina, cuyas importaciones son discrecionalmente manejadas por un solitario
zar que dispone que mercadería entra.
Desde 1969 está también la Comunidad Andina, que no integra Chile –nada
menos- y que no registra sintonía entre sus miembros. Lo más rescatable de esa
región es la Corporación Andina de Fomento, un banco muy dinámico, que ha
ampliado su radio de acción, tiene incluso socios extra continentales y
financia con eficacia proyectos de desarrollo.
Recientemente, al amparo de nuevas realidades políticas, nos
encontramos con el ALBA que, impulsada por Chávez desde Venezuela, ha reunido
los gobiernos populistas de Bolivia, Ecuador, Nicaragua, San Vicente, Antigua y
Bermuda, además del comunismo monárquico de Cuba, conducido desde 1959 por la
familia Castro.
En otro orden y con otro signo, irrumpe con fuerte impacto la Alianza
del Pacífico: México, Colombia, el Perú y Chile, y –en vías de incorporarse
Costa Rica y Panamá-. Son países que tienen tratados de libre comercio con EEUU
y ostentan economías dinámicas. Estos días, durante las sesiones de la Asamblea
de Naciones Unidas, sus presidentes reunieron a 250 empresarios, entusiasmados
con el impulso de un proyecto que mira hacia el Pacífico, motor de la economía
mundial. Esta alianza representa el 33% de la población latinoamericana, el 34%
de su PBI, pero el 53% de su exportación, lo que mide su nivel de apertura. Sus
acuerdos han merecido cuestionamientos de los países del ALBA, especialmente
Ecuador, vecino de todos ellos.
En la distancia, los miembros del Mercosur rumian su preocupación.
Brasil es el líder natural del grupo y, pese a su peso específico, no muestra
hoy la dinámica económica esperada. Además, da la impresión que no logra
disciplinar a Argentina ni armonizar la retórica venezolana.
Populismo o democracia, economías abiertas o cerradas… Después de ocho
años de bonanza internacional, con precios elevados de exportación e intereses
bajos, persisten ahora los viejos dilemas. A los que ahora le agregamos una
nueva y profunda grieta entre Atlántico y Pacífico. ¿El tiempo la cerrará o la
irá ahondando?”
Si bien coincido con el autor en que hay una brecha entre los
países que integran América Latina - brecha que se da en la concepción con que
los mismos abordan su política económica – no coincido en la acepción con la
que denomina esa brecha, como si la cosa estuviese planteada entre populismo y
democracia.
Antes que nada quiero subrayar que los países que el tilda
como populistas no están reñidos para nada con la democracia, dado que en la
generalidad de los casos sus gobernantes fueron elegidos – y en muchos casos
por una amplia mayoría de votantes – por sus pueblos. Pareciera ser que para
muchas personas el concepto de democracia está ligado con lo que una pequeña
minoría iluminada desea para su país. De todo lo que expresan se deduce que son
partidarios del voto calificado – ¿calificado por quién? ¿Calificado en base a
qué premisas?- y que la voluntad de la mayoría de los habitantes de una nación
no cuenta para nada.
Dicho esto quiero
referirme a lo que él tilda de populista. ¿Se puede tildar de populistas
medidas que se extienden más allá del tiempo que dure una gestión de gobierno y
que alcanzan a la totalidad de la población sin importar el color político de
los beneficiarios? ¿Se pueden tildar de
populistas medidas que en la mayoría de los casos son factor de activación de
la economía? ¿O lo que las hace populistas para él y para la mayoría de los que
emplean este vocablo, es el hecho que vayan dirigidas a los sectores más
vulnerables de la sociedad? Claro está es democrático y no es populista para el
autor por lo que se desprende de su lectura el repartir despensas con alimentos
o materiales de construcción condicionando su entrega a que el partido que los
ofrece gane las elecciones (como el caso de México) o entregando una zapatilla
antes de la votación y condicionando la entrega de la otra a los resultados de
una elección (como sucedió en Argentina en las épocas en que seguramente el
autor del artículo diría que había un gobierno democrático en la misma).
Por otro lado de esta lectura se puede apreciar que para el
autor el mayor grado de impacto de los distintos organismos creados en América
Latina está basado en términos de lo logrado en acuerdos comerciales y
económicos como lo expresa en su admiración por la Alianza del Pacífico, aunque
esos acuerdos comerciales solo tengan en cuenta lo que pueden lograr los
agentes de la economía y no los intereses de los países participantes.
Sin embargo, podemos ver una serie de avances muy importantes
logrados por varios de los organismos que para él mismo revisten menor
importancia, en cuanto a lo que se refiere al respeto de la soberanía económica
y política de los países que los componen, en cuanto a la autodeterminación de
los pueblos y en cuanto al respeto de las instituciones de los mismos. Un caso
importante por poner un ejemplo fue la suspensión de Paraguay del Mercosur por
el golpe institucional que produjo un poder sobre otro. Lo mismo sucedió con el
apoyo incondicional de la Unasur al presidente del Ecuador ante el intento de
derrocamiento del mismo, solo por mencionar algunos.
Creo que este es el marco en el cual se debe avanzar en la
unidad latinoamericana, porque en el marco económico podemos ver lo que sucede
con la Unión Europea donde los países centrales dominan la escena en detrimento
de los otros.
La realidad económica de cada país de América Latina es muy
distinta a la del otro y si bien se puede avanzar en algunos acuerdos de
cooperación entre los países integrantes es una utopía pensar en una economía
en común.
Yo diría que en lugar de hablar de una América Latina
invertebrada, hablaría de una América Latina fracturada. Fracturada en el seno
de cada sociedad de los países que la componen. Fracturada entre la mayor parte
de la oligarquía que la compone y que solo vela por sus intereses personales
sin importarle en lo más mínimo lo que le suceda ya no a América Latina sino a
su propio país y un pueblo que espera de sus dirigentes poder ascender a
niveles de vida más dignos y que apuesta al crecimiento colectivo de su país.
A esto último apuestan la mayoría de los países del
Atlántico, falta mucho por hacer pero hacia eso se apunta, ahora habría que ver
si los países del Pacífico seguirán la línea por la cual transitan o si se
alinearan con los del Atlántico.
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